¿Qué tendrá la hija del sepulturero que con asco
la miran los mozos, que las mozas la miran con miedo?
Cuando llega el domingo a
la plaza y está el bailoteo como el Sol de alegre, vivo como el fuego,
no parece
sino que una nube se atraviesa delante del cielo;
no parece sino que se anuncia,
que se acerca, que pasa un entierro...
Una ola de opacos rumores sustituye al
febril charloteo,
se cambian miradas que expresan recelos,
el ritmo del baile se
torna más lento y hasta los repiques alegres y secos de las castañuelas callan
un momento...
Un momento no más duró todo; mas
¿qué será aquello que hasta da
falsas notas la gaita por hacer un gesto con sus gruesos labios el tamborilero?
No hay memoria de amores manchados, porque nunca, a pesar de ser bellos,
«Buenos
ojos tienes» le ha dicho un mancebo. Y ella sigue desdenes rumiando, y ella
sigue rumiando desprecios;
pero siempre acercándose a todos, siempre sonriendo,
presentándose en fiestas y bailes y estrenando más ricos pañuelos...
¿Qué tendrá
la hija del sepulturero? ... ... ...
Me lo dijo un
mozo: ¿Ve usted esos pañuelos? pues se cuenta que son de otras mozas...
¡De
otras mozas que están ya pudriendo!... Y es verdad, que parece que güelen, que
güelen a muerto..?
José María Gabriel y
Galán.
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